lunes, 10 de noviembre de 2008

El corazon...El organo sentimental.??



Hay un concepto débil y otro fuerte de corazón. El verdadero corazón no es tanto la afectividad como la intimidad, siendo la intimidad el sentido de la afectividad: su verdad, su lógica, su fin. Pablo Prieto.

Dos conceptos de corazón

Aunque el corazón es un símbolo de extraordinaria riqueza, los diversos conceptos que hay de él podrían resumirse básicamente en dos: uno que llamaremos “débil” o moderno, y otro “fuerte” o clásico:

a) Concepto débil

Consiste en tomar al corazón como símbolo de la “afectividad” en general, entendida ésta como “conjunto de estados anímicos”, sin más precisiones. Es una noción cómoda y poco crítica, pues engloba por igual experiencias muy heterogéneas sin necesidad de distinguirlas. Por sus connotaciones psicológicas, además, tendría la ventaja de librar a la palabra “corazón” de romanticismos y fantasías, que la Modernidad desdeña como cosa de mujeres y niños. Este “corazón psicológico” está en consonancia con el racionalismo liberal, rasgo dominante de nuestra cultura, y también es típico de aquellas doctrinas éticas excesivamente ligadas a la Medicina. Así, cuando se habla del corazón como “sede de los sentimientos” se suele hacer abstracción de la realidad que éstos revelan, del fin a que apuntan o del fondo de que nacen; los sentimientos serían aprovechables pero no descifrables; cabría usarlos pero no leerlos; domesticarlos, pero no entenderlos. Este corazón-afectividad supone a los sentimientos mudos y opacos de por sí, “masa psíquica humanamente neutra”, cuyo valor ético les sobrevendría desde fuera por parte de la razón, como mano que modela la arcilla. Vistos así, lo importante sería su ductilidad más que su autenticidad, es decir, su aptitud para ser modelados más que su grado de transparencia: habría que usarlos como herramienta más que como ventana, pues a través de ellos no cabría ver más que espejismos o frivolidades.

Este corazón entendido como afectividad se revela problemático apenas lo relacionamos con las dos potencias del alma, entendimiento y voluntad. Respecto a ellas nos vemos abocados a una disyuntiva: o bien relegamos la afectividad a la esfera de lo físico, como quiere el racionalismo, o bien la erigimos como una “tercera potencia” espiritual, que entiende y quiere a su manera. Esta última es la postura de insignes autores como Hildebrand, Stein, Guardini y Haecker, que siguen la línea de Pascal (“el corazón tiene razones que la razón no conoce”). Parece más acertado, sin embargo, y más acorde con la tradición literaria, patrística y bíblica, entender el corazón no como una “tercera potencia” sino como un modo peculiar de entender y querer, más aún, el modo plenamente humano, en la misma medida en que es integrador, concreto, personalista y existencial. Estas son precisamente las notas que caracterizan al que hemos llamado “concepto fuerte” de corazón.

b) Concepto fuerte

El concepto débil descrito que acabamos de describir es extraño a la gran tradición literaria de todos los tiempos, que es tanto como decir a la experiencia amorosa del hombre concreto. Para esta tradición y en particular para la Biblia, el corazón no es tanto afectividad como intimidad, siendo la intimidad el sentido de la afectividad: su verdad, su lógica, su fin. Ello implica reconocer en los sentimientos cierta “transparencia”, fundada en la unión substancial (córpore et ánima unus), por la cual las realidades más netamente espirituales comparecen sensiblemente: la vocación, la gracia, la fe, el compromiso, el pecado, etc. Esta misteriosa compenetración entre cuerpo y espíritu está al servicio del amor: en ella nos vivimos completamente libres para el don total de nuestra persona. En otras palabras, el corazón es tanto más auténtico cuanto más orientado a la comunión amorosa, pues el amor lo acrisola y afina. Obviamente el pecado empaña esta transparencia, y su amenaza es constante e insidiosa.

Órgano del sentido

En el corazón la verdad comparece en forma de sentido, que no es lo mismo que sentimiento. El sentido es “lo que las cosas quieren decir”: a qué llaman, qué preguntan, adónde llevan. Ciertamente está expuesto a ofuscaciones y engaños, consecuencia del pecado, pero eso no impide al corazón ser el órgano del sentido. Con él alcanzamos niveles de verdad inaccesibles a la razón abstracta: hay cosas, en efecto, que sólo entendemos cuando lloramos, reímos, contemplamos, besamos, jugamos, descansamos, soñamos...; y son, además, las fundamentales de la vida.

Para captar el sentido hay que tomarse en serio la realidad, lo cual no es tan fácil como parece: hay que aceptarla como viene, asumirla sin deformarla, arriesgarse a ella, responderla con honradez. Sólo un corazón bien templado es capaz de sentir la verdad, que es el modo más perfecto de comprenderla: si no hiere ni acaricia ni apremia, en una palabra, si no es dramática, apenas es una verdad sino un dato.
Pero pocas veces sentido y sentimiento coinciden.

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